Con el afán de entregar al gentil lector de mi página web un autorretrato bastante fiel de quién soy yo, Sonia Manzano Vela, transcribo algunas de las respuestas que en años anteriores diera en una entrevista que me fuera realizada por dos académicas de la Universidad de San Juan, Puerto Rico: Adelaida López de Martínez y Gloria de Cunga Giabbai, autoras de “Narradoras ecuatorianas de hoy, una antología critica (año 2000).
En el conjunto de aquellas respuestas que traigo a continuación, considero que está contenida mi posición frente al Arte y la Vida, la que, pese al tiempo transcurrido, estoy convencida de que no ha variado en lo esencial, aunque sí ha sido susceptible de cierta evolución en lo atinente a su percepción del conflictivo mundo actual.
He aquí la visión que tengo sobre mí misma:
Para mí “escribir” significa lo mismo que significa el agua para el pez y el cielo para las aves: “escribo, luego existo”. En otras palabras, escribo para mantenerme viva.
Creo que siempre estuve en la escritura porque en el seno de mi familia materna hubo poetas. Mi madre fue poeta y narradora, por lo que considero que la pasión por las letras me vino en los genes.
He incursionado en tres géneros literarios: lírica, narrativa y ensayo.
Me di cuenta del influjo que en mí ejercía la literatura desde muy pequeña, desde cuando escuchaba recitar los poemas de Rubén Darío a Elina mi hermana mayor. Escuchar poesía fue para mí un deslumbramiento, una verdadera revelación.
Para mí la poesía es la vedette de la literatura, por lo tanto es mi propia vedette: la elaboro para que suscite en mí diversas respuestas.
Todo lo que escribo está influenciado de carga lírica, por lo que estoy convencida de que si no hubiera sido poeta, no hubiera podido ser ni narradora ni ensayista.
Por lo general la hablante lírica de mis poemas está en la primera persona del singular: ese “yo”, que a veces es mi “yo”, y a veces traduce el “yo” del individuo cotidiano.
No me gusta que articulen rígidamente al hablante lírico de mi poesía con la cuestión autobiográfica. Pero sí, inobjetablemente, y trayendo a colación esa frase tan manida de que “el estilo es el hombre”, en ocasiones (muchas) siento que me reconozco nítidamente a través de lo que escribo.
No creo mucho en los membretes que se le ponen a la poesía: La poesía es poesía y punto, no tiene genitales, carece de género, sus creadores pueden pertenecer indistintamente a cualquier orientación sexual que eso no incide al momento de juzgar si lo que ellos han escrito tiene validez o no. Hay, eso sí, una clasificación extra textual que es aquella que indica si la poesía ha sido escrita por mujeres o por hombres.
Califico a mi poesía como libre, irreverente, con intenciones de seducir a quien la lea.
Creo que múltiples escuelas han influenciado para la configuración de mi estilo personal, pero en lo esencial yo reconozco el aporte del Modernismo, del Surrealismo y de la Post vanguardia.
Siempre tuve la convicción de que el autor que imitaba a otros autores nunca llegaría a la condición de “creador”, por eso, pese a la admiración que sentía por ciertos poetas extranjeros y nacionales, me cuidé muy bien de no ser una mala réplica de ellos.
La ironía y el humor negro son conductas creativas que siempre han estado presentes en mi Obra, sea deliberadamente o espontáneamente.
Siempre me fui por el camino del anti-lirismo bronco, abrupto, existencial, pues he sido poco afecta a imaginarios pastoriles; sin embargo, reconozco que en mi obra corre soterrádamente un hilo romántico, en ocasiones acentuadamente intimista.
Me encanta la intertextualidad, no son pocas las ocasiones en que he configurado mi textualidad apelando a dichos, giros, refranes populares, títulos de canciones y películas, a más de versos conocidos de la poesía universal, etc.
Me gusta escarbar dentro de mí misma —“viví en el monstruo y le conozco las entrañas”—, y esta predilección por la función introspectiva me ha llevado a conocer las capas más profundas de las que estoy constituida. Puedo decir que he viajado al centro de mi camaleónica personalidad, pero no puedo afirmar que he llegado al fondo definitivo de esta.
Las mujeres, ya en las postrimerías del siglo 20, empezaron a hablar de aquello que habían callado por siglos, porque el prejuicio les había tapiado la boca: Reconocieron su cuerpo en el ejercicio libre del lenguaje y esto las llevó al erotismo literario. Hay excelentes poemas dentro de esta corriente y hay otros que por sus excesos y su falta de estética no pasan de ser clichés pornográficos. El Tiempo, tremendo juez, solo dejara en pie lo que vale.
El primer compromiso de la Literatura es con la Literatura, después que vengan los que tengamos que establecer con la Historia